PARASITARIA Y allá esta ella, y allí esta lo otro, danza a su alrededor, en un lúdico, tétrico, coqueteo. Aquello despierta el deseo, de ser llenada, ignorando que no estaba vacía. Invita a un proceso alquímico, dolorosísimo, donde el centro de sí misma debe desgarrarse y desplazarse. Le habían enseñado a amar ese desgarré e idolatrar el desplace, y la incomodidad de una vida así, era luego nombrada cotidianidad. Ah, cómo le hubiera gustado, no desear así, no desear desear, no desear que el anhelo la eclipsara, no soñar con el eclipse. Recuerda haber tocado ese centro trasplantado y embutido en ella, caliente y dulce, pero de un gusto producto de la fermentación, sabor que conocía muy bien. Pensaba que ese era el sabor de ella misma, empalagosa, viscosa y estridente. Ahora no sabe a qué sabe, sabe que ese no es su sabor, como también sabe que recibir ese coqueteo con lo otro es peligroso, no es cualquier juego. La carne ahuecada palpita adolorida, escurriendo cuajos podridos de lo otro