El infante cruza la carretera y es impactado por un automóvil. El infante muere instantáneamente.
El infante de tres años cruza la carretera y es impactado por un automóvil negro como salido de la nada. El infante vuela por los aires y muere instantáneamente.
El infante, que tres días después habría de cumplir cuatro años, cruza la carretera, descalzo, pero no logra llegar al otro extremo. Un automóvil negro lo impacta por la cadera y lo lanza varios metros, dejando un cuerpo regordete y muerto en un sembradío de maíz.
El infante, a quien llaman cariñosamente Luigi, cruza la carretera en cuestión de dos segundos. Se escuchan sus pasos descalzos en el asfalto tibio. Y después el impacto. El infante vuela por los aires, hasta elevarse al maldito cielo, de donde no bajan nunca más los seres que amamos. Un hombre en estado de ebriedad desciende del auto, y se queda en silencio e inmóvil: ha matado a un niño, sin querer tal vez, pero lo ha matado. Muerte accidental.
El infante no sufre desmembramiento o estallamiento de vísceras, ni exposición de masa encefálica. Muere completo. Entre milpas, hormigas y arañas. Entre alacranes. Mirando al cielo, o besando la tierra, tal vez.
El infante es llevado rápidamente al hospital más próximo. Alejandro me ha dicho que el nene tenía una herida en la espalda que ni siquiera había alcanzado a sangrar. También me dijo que le había tocado la cabecita y que la tenía como un terrón a punto de desmoronarse.
Luigi es llevado en brazos a la entrada del hospital. Yo espero dentro del coche, en medio del estupor, me han dicho que esperara ahí. No podía llorar, me estaba ahogando. Dentro hay una plancha de acero que se antoja friísima. Y sobre la plancha el niño, inerte. Alrededor de él los adultos llorando.
La madre al llegar se ha derrumbado. Minutos atrás había recibido una llamada en la que le informaban que uno de sus hijos había sufrido un desafortunado accidente.
El abuelo está ahí. Subo a su camioneta en silencio. El abuelo conduce por la carretera, con el atardecer más bello de todos los tiempos, frente a nosotros.
El abuelo es un tipo duro. De los más duros de su generación. De mirada incisiva. Hombre de acero. Hombre todopoderoso. El abuelo es un niño asustado. Su mirada se ha apagado. Vamos en silencio mirando el atardecer más bello del mundo. El infante cruzó el pecho, como bala, de quienes le amaban.
Al otrora infante no le practican la autopsia. Bastó con saber la causa de muerte. Mi madre no quiso que lo abrieran. No quería siquiera que lo tocaran. Era su hijo. Suyo nada más. Su Luigi. Pero eso ya no era su Luigi. No era nada. Era un cuerpo que metieron en un cajón acolchado de madera pintado de blanco con el tamaño de un infante que cruzó la carretera.
Colocan algodones en las fosas nasales del otrora Luigi. La gente reza letanías. Encienden velas. Llegan coronas que inundan el recinto con el aroma que yo asociaría de ahora en adelante con la muerte.
Un hilillo de sangre comienza a asomarse por la nariz. Su cerebro llora. Meten el cajón a una carroza fúnebre y caminan detrás de ella, por las calles nubladas. Ivanoé y yo vamos al frente. Un hombre sigue la procesión desde su taxi, llorando. Un niño se asoma desde la ventanilla del asiento trasero. Es Luigi.
Los adultos caminan solemnes por el panteón, con el cajón de madera pintado de blanco a cuestas. Cuando miramos la fosa abierta, aprendimos una palabra nueva: muerte.
Muerte a las dos y media de la tarde el once de diciembre de mil novecientos noventaicuatro. Muerte legal a las tres quince de la tarde. Muerte depositada en su nido subterráneo el doce de diciembre de mil novecientos noventaicuatro.
-¿Qué sucede allá abajo, profesor?
-El cuerpo comienza a sufrir una serie de cambios. Primero se mantiene rígido. Después comienza a hincharse. Después estalla por dentro, producto de la gasificación y licuefacción natural de los órganos muertos, el inerte arroja los fluidos por la boca, los ojos, la nariz, el ano, incluso la presión misma causa roturas en la piel. Comienzan a aparecer los gusanos conquistadores, que se entregan a una orgía de carne, sangre y huesos.
Entonces el alma se desprende y desaparece. No hay cielo ni infierno.
No hay nada. Ni llanto, ni risas, nada.
Sólo tierra.