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Cuento - Facundo Desimone



Se va a levantar bien temprano, cuando todavía sea noche cerrada y los gallos estén luchando contra la resaca. Se va a poner los borcegos negros, los que se adhieren a superficies difíciles. Extraña mezcla de aqueo y Jorge de Capadocia de la era digital, va a dejar preparados en la mesa de luz, la noche anterior, el pequeño caballo de Troya y la lanza para matar al dragón.

“Él solito se lo buscó”, van a decir los viejos del barrio, adosados a la mesa de siempre, tomando cafés milenarios con gusto a suela de zapato y aroma de tierras lejanas.

—Nadie le hizo ningún mal; nadie nunca lo injurió.

—Qué necesidad de andar molestando a la señora. Si, total, cualquiera

de estos días…

—La brecha generacional que nos separa de los jóvenes se ha transformado en un abismo denso, opaco, oscuro y nebuloso: impenetrable. Olvidamos lo que se siente tener esa edad. Jamás vamos a entender por qué toman determinadas decisiones, para nosotros irracionales, como esto de la búsqueda del pozo, el vértigo imantado cuya inercia es imposible de romper y termina en las tinieblas. En nuestra época, alguien con antecedentes anímicos lovecraftianos lo hubiese llamado, quizás, la llamada de Cthulhu.

   La red posee más de 20 protocolos de encriptación. El trabajo tiene que hacerse desde adentro. Por eso, hace meses que trabaja en un operativo de infiltración. En el pueblo todos lo saben, pero nadie lo va a delatar ¿Por qué habrían de hacerlo?

“El hackercito es bueno. Tiene sus mañas, como todos, pero es de buena cepa. Además, se preocupa más por nosotros que cualquier Gobierno u ONG”, van a decir.

   Desde que el hackercito se mudó al pueblo han ocurrido algunos hechos de extraña naturaleza que la gente del lugar no puede evitar relacionar con la voluntad y la destreza del joven, evocando los sucesos como quien recuerda la mirada dorada y llena de paz de algún santo.

   Una vez faltó la comida y hubo hambre en el pueblo. Hambre de verdad. Tres camiones con carne for export fueron desviados de su ruta comercial. Más perdidos que Adán en el día de la madre, los empleados firmaron planillas falsas.

  Otra vuelta faltaron remedios y, misteriosamente, dos camiones cuyo destino eran grandes farmacéuticas y empresas de medicina prepaga extraviaron la ruta y terminaron en el pueblo. Los laboratorios rastrillaron ese y otros 50 pueblos a la redonda, pero no pudieron dar jamás con los remedios equivocadamente entregados. Si bien los empleados de logística aseguraban que ese era el pueblo donde se había hecho la entrega, los dueños de los laboratorios, para quienes todos los pueblos son iguales, achacaron el error a la confusión y el despiste de los empleados. Aún continúan rastrillando la zona.

   Hace unos meses, las señales de los satélites que transmiten los partidos de fútbol fueron hackeadas y, en el pueblo, todos pudieron ver gratuitamente la Copa Libertadores, la Copa América y la Champions League.

   Pero el día que el hackercito se levante escuchando rock industrial y el cielo esté cargado de plomo, ese día, todos en el pueblo van a sentir como una garrapata negra les muerde las bocas de los estómagos, haciendo fluir su veneno a través de los canales perceptivos, la sensación de que algo no va bien. Nada bien. “Se la va a pegar, pero hay que dejarlo; no se puede hacer nada”, van a decir los viejos, en el bar.

—Que vaya a encontrarse con su destino.

—El universo siempre acomoda y ahora habrá que confiar en sus poderes.

   Ese día, el hackercito se va a plantar frente a la puerta de la empresa, va a leer el cartel rojo que dice: “Acciones y bonos - Fondo Monetario Internacional” y va a sonreír como nunca en su vida. “Orgullo por la meta alcanzada”, “Sentimiento de pertenencia”, van a pensar los curiosos, observándolo plantado allí en la vereda, mirando el cartel con el logo de la empresa, con el correspondiente uniforme y el maletín.

   El hackercito va a apretar los puños y va a entrar, igual que todos los días. Y después… va a pasar lo que tenga que pasar.


Escrito por: Facundo Martín Desimone

Ilustraciones: Petrochev         

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