“Se puede tener en lo más profundo del alma, un corazón
cálido, y,
sin embargo puede que nadie acuda jamás a acogerse a él”
¡Querida mía!, ¡Amada, Hermana!, ¡Compañera! Te envió con todo mi amor, mis fuerzas, una oreja para que le hables en las noches de silencio, no necesito dos. Extrañas voces me hablan del amor. Extrañas voces me dicen que un Dios se ríe de mí, dice que te dé una oreja y que así me escucharás. Si necesitas mi lengua hazlo saber. Esa lengua de otro tiempo, esa lengua que apacigua el silencio, que nos habla del corazón; esa cosa fría como piedra que tenemos allí y cuyo disparo nos salvará. ¡Querida mía! “Quiero estar solo, estar triste” quiero enviarte mis dedos que ansían tocarte, y quiero y estoy pensando seriamente sacar mis ojos para poder mirarte. No puedo verte con otros, no puedo y mis ojos están cansados, las Moiras me han dicho que los obsequie, que no los necesito más, que los arranque me dice Edipo, que los arranque para que no vuelva atrás como Orfeo. Recuerda mis ojos ¡Por favor! Te envío mañana una botella de vino para que embriaguez mi angustia, aquella que nace y crece de la nada, esa nada que debe ser algo y ahora… esa nada de estar allí en esa extraña ciudad donde morir es la ley. Me cortaré los pies para que mis pasos nunca se dirijan a nadie, ni a ningún lado que no sea hacia ti, tú mi ciudad, mi todo, el todo de mis turbaciones, de mis ardores, de este loco amor. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! Dime lo mismo al oído cuando la saques. Perdona la sangre, perdonad el rojo, perdona la combinación de rojo con el negro, pero he intentado limpiarla y no se borra. Además, te regalo toda mi sangre, no olvides que todas las partes de mi cuerpo te buscan solo a ti.
Tuyo para siempre: Vincent.