-Danae Nicole Terriques Flores
Era un fanático de los laberintos. Todo el
tiempo se le veía con uno de esos libros de kiosko que llaman «Pasa tiempos».
Tantos años había dedicado a ese entretenimiento que cada tercer día un libro
nuevo hacía un escalón en los pilares de Su Apartamento, acomodados en la sala,
llenos de tinta, grafito y marcatextos de colores.
Completamente hastiado de la poca satisfacción, decidió lanzar un reto. Pegó por todos lados carteles pidiendo a quien fuera, que le enviara un laberinto por correo electrónico. Con la recompensa monetaria adecuada al grado de dificultad del laberinto. Semanas en silencio digital. Un día un correo le levantó el ánimo. Se trataba de un sujeto que le enviaba el link a un laberinto digital, «esperando llenar sus extremas expectativas». Con pedantería, abrió el link, que le llevó a una página negra con extrañas grafías circulares de color rojo en el fondo. Unas letras grises le presentaron opciones: Arriba, Afuera, Centro, Surprise. Comenzó con la primera, que lo llevó a una pantalla igual que la anterior, pero esta vez un laberinto circular figuraba en el centro. Un contador en la esquina superior izquierda comenzó a sonar. No perdió el tiempo y tomando el mouse comenzó a trazar la trayectoria del cursor por los pasillos concéntricos de aquel círculo. No tardó ni un minuto cuando ya había llegado al centro del laberinto. Sonrió complacido. En su soberbia, no notó que las grafías del fondo habían cambiado, deslizándose en círculos por la pantalla. El laberinto cerró todos los pasillos y sonó un grito gutural que despertó al vicioso, dejando de escribir el mensaje de crítica y decepción al sujeto. Cuando miró la pantalla, por un segundo creyó ver que todos los bordes del monitor habían sido limados, dejando un círculo. Al tocar la pieza, ésta volvió a su estado natural. Chasqueó la lengua y se levantó por una taza de café para amenizar el segundo laberinto.
El «afuera» resultó más interesante. Se situó fuera del laberinto con perspectiva de primera persona. El muro y su entrada frente a él. Una brújula brillaba bajo el contador que se empeñaba en torturarlo cada 10 segundos con un clic. La brújula se encendía roja cuando se iba en la dirección correcta. Aquella aventura le tomó 15 minutos de estrés y decepción. Cuando terminó, tomó su taza de café, que extrañamente seguía caliente. Al soplar, la espuma giró en círculos formando el laberinto que acababa de resolver. No se dio cuenta y lo bebió completo, tragando la espuma. A pesar de la decepción, no desistió de su tarea, resolviendo el mismo laberinto una y otra vez, que continuaba cambiando cada vez que lo intentaba, pues las grafías del fondo seguían girando. Logró resolver uno en 6 minutos. Respiró jadeante y dio una vuelta en su silla para despejarse. El corrugado techo movió sus relieves y formó círculos mientras él giraba. Cuando se detuvo, los círculos seguían dando vueltas, chocaban. Al tocarlo, el patrón cayó al suelo derribando los pilares para imitar el entramado laberinto del techo. Rio histérico, y en lugar de saltar los caminos buscó una salida a través de los pasillos de libros. Llegó a la cocina y todo giraba, todo tenía patrones redondos, nada era recto. Al percatarse de eso dejó caer un plato de peltre con un laberinto en sus puntos blancos. Sus manos, sus dedos, sus huellas. ¡Otro laberinto! Se tropezó con todo para llegar al escritorio y tomar una lupa y una pluma, deteniendo la primera con la boca para ver sus dedos de cerca. Comenzó a trazar los laberintos de sus huellas con la pluma, que giraban, se cruzaban, chocaban, con tanta rapidez que la pluma comenzó a herirlo. No sentía nada más que un girar constante. Como un chispazo, recordó que la pluma tiene una esferita que permite el paso de la tinta. La soltó y corrió, más bien rodó por el suelo hasta un cajón de su escritorio y desarmó el mouse para sacar la pelotita dentro de él. La puso a rodar en el teclado redondo, que cambiaba de pasillos y entradas cuando presionaba una tecla por accidente.
Completamente hastiado de la poca satisfacción, decidió lanzar un reto. Pegó por todos lados carteles pidiendo a quien fuera, que le enviara un laberinto por correo electrónico. Con la recompensa monetaria adecuada al grado de dificultad del laberinto. Semanas en silencio digital. Un día un correo le levantó el ánimo. Se trataba de un sujeto que le enviaba el link a un laberinto digital, «esperando llenar sus extremas expectativas». Con pedantería, abrió el link, que le llevó a una página negra con extrañas grafías circulares de color rojo en el fondo. Unas letras grises le presentaron opciones: Arriba, Afuera, Centro, Surprise. Comenzó con la primera, que lo llevó a una pantalla igual que la anterior, pero esta vez un laberinto circular figuraba en el centro. Un contador en la esquina superior izquierda comenzó a sonar. No perdió el tiempo y tomando el mouse comenzó a trazar la trayectoria del cursor por los pasillos concéntricos de aquel círculo. No tardó ni un minuto cuando ya había llegado al centro del laberinto. Sonrió complacido. En su soberbia, no notó que las grafías del fondo habían cambiado, deslizándose en círculos por la pantalla. El laberinto cerró todos los pasillos y sonó un grito gutural que despertó al vicioso, dejando de escribir el mensaje de crítica y decepción al sujeto. Cuando miró la pantalla, por un segundo creyó ver que todos los bordes del monitor habían sido limados, dejando un círculo. Al tocar la pieza, ésta volvió a su estado natural. Chasqueó la lengua y se levantó por una taza de café para amenizar el segundo laberinto.
El «afuera» resultó más interesante. Se situó fuera del laberinto con perspectiva de primera persona. El muro y su entrada frente a él. Una brújula brillaba bajo el contador que se empeñaba en torturarlo cada 10 segundos con un clic. La brújula se encendía roja cuando se iba en la dirección correcta. Aquella aventura le tomó 15 minutos de estrés y decepción. Cuando terminó, tomó su taza de café, que extrañamente seguía caliente. Al soplar, la espuma giró en círculos formando el laberinto que acababa de resolver. No se dio cuenta y lo bebió completo, tragando la espuma. A pesar de la decepción, no desistió de su tarea, resolviendo el mismo laberinto una y otra vez, que continuaba cambiando cada vez que lo intentaba, pues las grafías del fondo seguían girando. Logró resolver uno en 6 minutos. Respiró jadeante y dio una vuelta en su silla para despejarse. El corrugado techo movió sus relieves y formó círculos mientras él giraba. Cuando se detuvo, los círculos seguían dando vueltas, chocaban. Al tocarlo, el patrón cayó al suelo derribando los pilares para imitar el entramado laberinto del techo. Rio histérico, y en lugar de saltar los caminos buscó una salida a través de los pasillos de libros. Llegó a la cocina y todo giraba, todo tenía patrones redondos, nada era recto. Al percatarse de eso dejó caer un plato de peltre con un laberinto en sus puntos blancos. Sus manos, sus dedos, sus huellas. ¡Otro laberinto! Se tropezó con todo para llegar al escritorio y tomar una lupa y una pluma, deteniendo la primera con la boca para ver sus dedos de cerca. Comenzó a trazar los laberintos de sus huellas con la pluma, que giraban, se cruzaban, chocaban, con tanta rapidez que la pluma comenzó a herirlo. No sentía nada más que un girar constante. Como un chispazo, recordó que la pluma tiene una esferita que permite el paso de la tinta. La soltó y corrió, más bien rodó por el suelo hasta un cajón de su escritorio y desarmó el mouse para sacar la pelotita dentro de él. La puso a rodar en el teclado redondo, que cambiaba de pasillos y entradas cuando presionaba una tecla por accidente.
Cuando la policía rompió la puerta tras no recibir respuesta, liberaron toda la fuerza del hedor a podredumbre que había dentro. El apartamento estaba tirado por completo. Había esferas hechas de los objetos más inesperados, doblados, rotos y pegados. Había círculos en la pared, el suelo, el techo, dibujados con sudor, sangre, tintas, papeles y desechos. No podían encontrarlo por ningún lado De repente salió a la sala rodando, contorsionándose en busca de juntar piernas y brazos por encima de su cabeza para formar círculos perfectos. Nadie lo detuvo. Solo el chasquido de sus huesos rotos, fuera de la carne cesaron el murmullo de ultratumba en sus oídos.
Escrito por: Danae Nicole Terriques Flores