-Giovanni
Benuto
Hui de mi departamento cuando desperté y comprobé aterrado que alguien había remplazado todos los objetos de mi habitación por otros exactamente iguales. Bajé las esculleras y saludé a Giselle en la entrada del edificio. Noté, al ver en sus ojos el ligerísimo reflejo de un ave que vimos volar el otoño anterior, que sus globos oculares habían sido intercambiados por otros idénticos. Presa del miedo, corrí hasta el final de la calle y detuve un taxi. «Al aeropuerto, cóbreme lo que quiera, pero llegue lo antes posible.» Comenzó a llover y observé con atención cómo cada gota, al chocar con el asfalto, era transmutada en algo tan parecido al agua que era perverso, y nadie lo sabía, excepto yo; pero podía demostrarlo.
La tarde de ayer, luego de volver de un viaje de negocios en Portland, uno de los empleados encargados del equipaje me indicó que había un problema con mi maleta: había sido saqueada. El ladrón era un intendente que había salido corriendo cinco minutos antes con una bolsa de basura en donde llevaba mis pertenencias y las de otros viajeros. En mi maleta, por casualidad, sólo quedó un billete de 20 dólares que había conservado por la rareza de Su número serial, cuyos dígitos eran 03333333. Lo puse en mi bolsillo y luego firmé el papeleo necesario para reportar mis objetos perdidos. Mientras el personal de seguridad terminaba el tortuoso trámite, quise comprar algo de comida en la máquina expendedora. Como estas máquinas únicamente aceptan moneda mexicana, cambié mi billete con el empleado que me atendió antes y esperé. Después de dos horas, el gerente del aeropuerto me presentó sus disculpas a mí y a los otros afectados. Nos dijo que la empresa no podía hacer nada al respecto, pero que nos llamarían en cuanto tuvieran noticias sobre el delincuente. «iCómo es posible que un trabajador del aeropuerto nos robara bajo sus narices! ¡No, ¡su disculpa no arregla nada!» Tomé mi maleta vacía y me fui del lugar, ya sólo deseaba dormir.
Cuando
desperté, tuve la abrumadora certeza de que algo no estaba bien. Quise
comprobar la temperatura de mi cuerpo, mi pulso, mi respiración, todo era
normal. Entonces vi la maleta entreabierta en el piso, llena de mis objetos
supuestamente robados. ¿Lo había soñado? Ninguna cerradura ni ventana de mi
departamento habían sido forzadas. Vacié todo mi equipaje a la cama. No faltaba
nada, ni siquiera el billete. Incrédulo, lo tomé para comprobar que el número
serial fuera el mismo. Lo corroboré más de treinta veces. Revisé de nuevo las
puertas y las ventanas, revisé los cajones y el guardarropa. No me faltaba
nada, no había nada extraño, y eso, en sí mismo, me preocupaba aún más. Me
senté en la cama y tomé entre mis manos la cantimplora que había comprado
en una tienda de souvenirs. ¿Qué era lo que tenía? ¿No era exactamente cómo yo
la recordaba? iExacto! iYo jamás le presté atención! Era solamente un regalo
para mi jefe, una excusa para hablar con él sobre mi desempeño por unos
minutos. ¿Por qué? ¿Por qué tenía la certeza, de repente, de que era tal y como
la vi la última vez? Sucedió lo mismo con todos los objetos a mi alrededor
El
taxi avanzó y tomó la Avenida 3 para dar vuelta en el Boulevard Puerto Aéreo.
No reparé en el dinero que le di al conductor, pero parecía satisfecho. El
hombre tenía que estar cerca del área de paquetería. Lo encontré revisando una
computadora y me acerqué. Le pregunté si aún tenía el billete que me había
cambiado y me preguntó la razón. Yo le dije que era mi único recuerdo del viaje
y que le daría el doble de Su valor si así lo deseaba. Después de dudar un
poco, accedió a cambiarme el billete sin cobrarme de más y pude verlo: los
billetes eran una copia exacta el uno del otro y yo no estaba loco. Siempre que
Giselle me mostraba el ave de sus ojos, un escalofrío recorría mi cuerpo Sin
excepción. Esta vez —pensé abrumado por el orgullo y la zozobra— no sentí nada,
pero ha sido a cambio del mayor descubrimiento de la historia de la humanidad.
Caminé
hacia la salida sabiendo que a mi alrededor las cosas eran reemplazadas de
cuando en cuando por otras idénticas. Acción que realizaba algún dios anónimo y
enloquecido. Y era absurdo, pero yo podía demostrarlo.
Antes
de reanudar el paso, algo llamó mi atención de soslayo: un espejo. Me acerqué a
él, me vi en el reflejo y me reconocí. Era yo, pero había sido intercambiado
por una réplica de mí, un doble que tomaba mi encendedor para deshacerse de los
dos billetes que eran la única prueba de lo que decía. Mi rostro Se anegó en
lágrimas.
Escrito por: Giovanni Benuto