Danzan impotentes,
lenguas de fuego los cercan,
les nubla la mente.
Su ingenuidad presagia malicia.
¡No les hagan daño!
¡Déjenlos que vivan, que lloriqueen
y coman tierra!
¡Déjenlos andar descalzos,
que se revuelquen en la arena
y arranquen del jardín mil rosas blancas!
¡Déjenlos que guarden, sin saber,
la sonrisa del último instante!
Y dejen que nos conmueva
su cántico inocente.
Una herida enciende la luz,
en la sangre palidecen los tiempos,
la vida gira al instante,
retornando al origen de sus días.
Anclados a la vida
no conocían a la muerte,
que sin previo aviso,
les ha revelado secretos.
Los niños de pelo rojo
volaron libres
como aves del desierto.